A poco más de un mes de la celebración de las elecciones generales, los obispos se han subido al púlpito como buenos pastores, para aconsejar moralmente al rebaño de electores católicos y demás ovejas descarriadas. La curia española, acostumbrada durante siglos a detentar poderes civiles, ha debido sentir la llamada de un dios carca y reprimido para sumar un nuevo mandamiento al decálogo que reveló Moisés: no votarás a candidaturas que reconozcan y apoyen el derecho al aborto, al matrimonio homosexual y a la eutanasia, así como a las que validen la vía política para acabar con la violencia de ETA o pretendan modificar la configuración política de la unidad de España. Resumiendo, aunque el evangelio no se pronuncie al respecto, votarás al PP.
Los dictados episcopales han sembrado desasosiego entre los voceros y simpatizantes de opciones políticas ajenas al nacionalcatolicismo español. Así, el Gobierno se ha apresurado a desacreditar públicamente a los prelados para aplacar la ofensiva eclesiástica, y Zapatero, sólo dos días después de la emisión del comunicado de la Conferencia Episcopal, ha dejado abierta la posibilidad de revisar el Concordato con la Santa Sede.
Esta reacción del Presidente y sus correligionarios del PSOE no se entiende sino enmarcada en el juego de toma y daca propio de tiempos de precampaña electoral. Se trata de una respuesta de cara a la galería que no responde a la línea pactista con la Iglesia seguida por el Gobierno durante esta legislatura. Pese a que los beatos nostálgicos de tiempos de unidad Estado-Iglesia vociferen sermones de resentimiento por la pérdida de ciertos privilegios, el Ejecutivo socialista ha aumentado la financiación de la Iglesia a través del Impuesto sobre la Renta de las personas Físicas (IRPF) y ha dado continuidad a la política de conciertos en materia educativa con la Ley Orgánica de Educación (LOE). No hay motivo, pues, ni para que unos se quejen tanto, ni para que los otros reaccionen de forma tan airada. Sus acuerdos los delatan.
Por su parte, la izquierda que se dice transformadora ha contestado al comunicado de los obispos, tanto en los medios como en la calle, según el patrón más clásico de protesta: declaraciones públicas de repulsa y movilizaciones frente a sedes episcopales. Quizá sería conveniente que, en estos casos, primase la razón al ímpetu y se respondiese a las ofensivas de la curia con una aparente indiferencia que aligerase el importante peso social del que se creen acreedores los obispos cada vez que se pronuncian públicamente. Así, haciendo el vacío a las proclamas de los prelados, seguro que se consigue silenciar el terco ruido de sotanas.
Manuel Mazón
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